Paraná. Biografía de un río es un ciclo de trece episodios, realizados en coproducción por Señal Santa Fe y Canal Encuentro, que propone un viaje por los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay, desde Buenos Aires hasta Asunción del Paraguay, a la manera de una crónica moderna donde convergen tanto referencias a los relatos fundadores como los debates sobre los efectos que la actividad económica produce en el medio ambiente y en la vida cotidiana de los pueblos costeros.
Dirigido por Julia Solomonoff, el ciclo tomó como punto de partida la expedición fluvial Paraná Ra’anga, organizada en 2010 por el Centro Cultural Parque España/AECID de Rosario junto con los Centro Culturales de España en Buenos Aires, Córdoba y Asunción del Paraguay, llevando a bordo una singular tripulación compuesta por artistas, intelectuales e investigadores científicos y sociales, argentinos, paraguayos y españoles que colaboraron brindando sus saberes en la construcción de una nueva biografía del Paraná.
13 capítulos de 28 minutos / 2011 / Cultura / Historia / Sociedad
La serie dirigida por Julia Solomonoff y Ana Berard tomó como punto de partida la expedición fluvial Paraná Ra' anga, que remontó los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay en marzo de 2010, desde Buenos Aires hasta Asunción, llevando a bordo una singular tripulación compuesta por artistas, intelectuales e investigadores científicos y sociales, argentinos, paraguayos y españoles.
En el capítulo estreno, los escritos del navegante alemán Ulrico Schmidl (tripulante de don Pedro de Mendoza y autor de la primera crónica sobre el Río de la Plata) y la carta que Isabel Guevara envía a la "princesa gobernadora" desde Asunción el 2 de julio de 1566, introducen a los expedicionarios en la historia de la navegación del río, al tiempo que los enfrenta a la gran transformación que sufrirá el mayor humedal del planeta, una vez que se termine el proyecto de la hidrovía que vinculará el puerto de Asunción con el océano Atlántico.
El mayor humedal del planeta es el protagonista del ciclo, donde la narración habla sobre el viaje como un principio, una forma de perderse y de encontrarse. En este segundo capítulo, el relato muestra el comienzo del viaje para los expedicionarios de Paraná Ra'anga, que están en el delta del Tigre, sobre la margen sur del río, a sólo treinta kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.
El paisaje de islas jóvenes formadas con sedimentos arrastrados desde la cordillera por las aguas de los ríos Bermejo y Paraná es el escenario donde se cruzan los proyectos inaugurales del pasado con los desafíos del presente. Un sitio donde Domingo Faustino Sarmiento y Marcos Sastre prefiguraron el porvenir de esas tierras, el del mimbre, la fruta y la inmigración, y que conversan con los nuevos habitantes del Tigre.
La literatura y el arte tienen un apartado propio: de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y Leopoldo Lugones, a Roberto Arlt, Macedonio Fernández y Xul Solar con su proyecto Fachada Delta, todos habitantes y viajeros de este humedal del Paraná; donde los ecos de la Venecia aristocrática de principios del siglo XX miran con recelo los efectos del boom inmobiliario de la actualidad, donde el desarrollo cruza espadas con la preservación.
650 tipos de aves, 270 variedades de peces, 190 especies de mamíferos, 100 variedades de reptiles, más de 9 mil tipos de invertebrados. Por sobre el ecosistema híbrido del río Paraná, en el que conviven tierra y agua, se erige el proyecto de la Hidrovía Paraguay Paraná, un megaproyecto entre Brasil, Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay para facilitar el tránsito de grandes embarcaciones desde Puerto Cáceres hasta Nueva Palmira. En el tercer capítulo de Paraná. Biografía de un río los expedicionarios se encuentran ante las necesidades desiguales que enfrentan al hombre y la naturaleza.
A bordo del barco, Lía Colombino, museóloga paraguaya, abre la discusión sobre la importancia de los humedales –como este, el mayor del planeta, que abarca 3.700 kilómetros desde Matto Grosso hasta el Río de la Plata-- y el impacto que causa la acción humana en su afán de aprovechar el majestuoso caudal del río para la rentabilidad. Hasta hace unos pocos años, estas tierras inundables eran vistas como improductivas.
Hoy conocemos el valor de los humedales, su importancia vital para la salud, el crecimiento y el bienestar de todos los seres vivos de la región. Un debate que se complejiza y se enriquece con las opiniones de antropólogos, geógrafos, ingenieros, músicos, escritores y sociólogos sobre la importancia de la preservación de la riqueza natural y el impacto en las comunidades de la región.
En este nuevo capítulo de Paraná, biografía de un río la expedición llega a Rosario, la ciudad sin fundador, la que vivió históricamente de espaldas al río, la ciudad con un imaginario construida al fuego de los mitos contradictorios del anarquismo y del contrabando. Sin embargo, es en los espacios donde hoy se levanta la ciudad, en el río y en las islas, donde se desarrollaron algunas acciones clave en la lucha por la Independencia, a principios del siglo XIX.
Es en esa misma ciudad cuando, cincuenta años más tarde, comienzan a tomar protagonismo el puerto y el ferrocarril –determinándose el uno al otro– mientras, tierra adentro, la ola inmigratoria –española e italiana, árabe y judía, europea oriental y europea occidental– va dando forma a una cultura de mezcla de tradiciones y de idiomas que, con el tiempo, da una identidad cultural rosarina, cuyas marcas pueden rastrearse tanto en las obras de Antonio Berni como de Juan Grela, de Lucio Fontana como de Leónidas Gambartes.
A mediados del siglo XX, la prosperidad de una ciudad finalmente industrial atrae a nuevos migrantes. Pero esta vez no vienen del otro lado del mar: vienen bordeando el río. Desde el Chaco, el pueblo Qom puebla la periferia de Rosario y redefine las marcas de identidad de la ciudad. Y en los últimos años del siglo XX, paulatinamente comienza a retirarse el puerto de la costa central del río y las nuevas políticas públicas devuelven esos espacios, cerrados por años, a los habitantes de la ciudad, que finalmente le muestra la cara a su propio río.
Las cuarenta horas de navegación entre Rosario y Santa Fe son, para la tripulación del Paraná Rangá, el aprendizaje de la lentitud. El historietista Pere Joan lo define lacónicamente: "¿Qué pasa? No pasa nada". Pero sí pasa: el tiempo, el río y el paisaje de islas del pre delta cambian continuamente, sólo que lo hacen tan despacio que la modificación es imperceptible para el ojo humano en el corto plazo. Las historias de barcos hundidos que, con el correr de los años, se transforman en islotes lo confirman. En El río sin orillas Juan José Saer describió la formación de una isla frente a la casa de Juan L. Ortíz. Primero fue un punto, un pequeño montículo en el medio del agua; casi 20 años después, una nave de tierra y árboles que resiste la corriente del Paraná.
Contra la corriente el barco llega a Santa Fe de la Vera Cruz, la ciudad refundada. En 1573, Juan de Garay la erigió en un sitio aunque las inundaciones, las plagas de langostas y los embates de los indígenas obligaron a trasladarla 80 años después. Esa mudanza reprodujo, en el nuevo lugar, casi exactamente la distribución de seis por once manzanas de la ciudad vieja: la iglesia, la plaza, los edificios importantes, todos ocupando el mismo espacio en la planta.
Durante dos siglos, la ciudad nueva creció sin prestarle atención a los cauces de agua que la rodeaban, hasta que el puerto empezó a ser fuente de prosperidad económica y así empezó el vínculo. El río, los ríos, fueron entonces amigos y enemigos de Santa Fe. Trece crecidas importantes a lo largo del siglo XX dan testimonio de esta relación marcada por épocas de progreso y otras de pérdidas. La ciudad se expandió ocupando tierras inundables, y el río se encargó de recordárselo. Incluso, en 1983, arrastró a su símbolo, el Puente Colgante, hasta derribarlo. El río sin orillas de Saer se manifiesta de maneras misteriosas, tanto en la fuerza de la correntada como en la lentitud de las tardes en los patios de Colastiné, donde parece que no pasa nada, pero pasa.
En este nuevo capítulo de Paraná. Biografía de un río la expedición abre otra puerta, la del otro país que encontró el viajero John Parish Robertson a fines del siglo XIX: "Al avanzar me apercibí de que había entrado en un país completamente diferente del que media entre Santa Fe y Buenos Aires. Allá todo era chato, monótono; aquí en Entre Ríos el país era ondulado, verde, regado por numerosos arroyos y, de vez en cuando, sombreado y aún adornado por bosques de algarrobo".
Los cruces en la expedición, ahora, también son propicios: Oscar Edelstein, un compositor entrerriano, se entrelaza en una charla con el historietista mallorquino Pere Joan, en una forma de compartir una experiencia, un paisaje, al pensar y colaborar en la nueva ópera de Oscar, Camalote. La historia también está presente: la Confederación Argentina y las luchas económicas entre el Litoral y Buenos Aires, la generación del 80 con su visión cosmopolita y las oleadas inmigratorias con el comienzo del siglo XX dan una nueva reconfiguración a la ciudad y su centro histórico.
La construcción de un túnel subfluvial, ante la insistencia de un puente al Estado nacional que nunca llegó, se erige en una obra fundamental para completar el contacto físico cruzado de barcos y vapores entre las dos ciudades: Santa Fe y Paraná. La ciudad con el nombre del río es, también, la entrada de los navegantes al mundo de Juan L. Ortiz, el poeta que pasó su vida "auscultando ese laberinto de agua", como dijo, del otro lado de la orilla, su amigo Juan José Saer.
La expedición toma su primer desvío. Desde el río Paraná sube aguas arriba por el Coronda, hasta la confluencia con el Carcarañá. En 1526, Sebastián Gaboto se desvió de su ruta programada y entró en el curso de agua que había descubierto Juan Díaz de Solís unos años antes. Llegó a este mismo lugar y levantó un fuerte para usarlo como punto de partida en sus expediciones en busca de la Sierra del Plata. No sólo jamás encontró la tierra prometida, sino que además, el fuerte de Sancti Spiritus fue incendiado por los indígenas que habitaban este suelo, hartos de ser maltratados por los visitantes europeos.
Casi cinco siglos después, un grupo de arqueólogos santafesinos encontró las primeras huellas del lugar exacto donde se construyó el primer sitio de encuentro entre las culturas: el primer asentamiento español en lo que más tarde sería la Argentina. La fantasía por tesoros encontrados por parte de los lugareños y que, sin embargo, sólo se erige como “una gota de historia fundante en un río que se desliza”. En Paraná. Biografía de su río se bucea en estos relatos y en las indagaciones que los especialistas llevan adelante con la tierra y el agua –el río como elemento diferencial para los americanos y para los españoles del Renacimiento-- como sus únicos testigos.
El perfil industrial de la costa del Litoral, sobre el río Paraná, desde la localidad de Tigre, en la provincia de Buenos Aires, hasta el norte de San Lorenzo, en la provincia de Santa Fe, es otro de los ejes que integran este nuevo capítulo, con su modelo de industrias livianas inauguradas a principios de la década del cincuenta: papeles, agroquímicos, destilerías, fábricas de plástico, de químicos, de pinturas. El cordón del Gran Rosario, creado durante los primeros gobiernos del peronismo, sufre su primer revés durante la dictadura en 1976 y encontrará su peor etapa con el principio del neoliberalismo inaugurado en la década del noventa, con los efectos devastadores de su brutal modelo económico, su fenómeno de desempleo, subempleo y cuentapropismo, que verán su eclosión con las crisis de 1989 y 2001.
Como Charles Darwin en 1833, la expedición observa las barrancas del Paraná en la costa entrerriana para tratar de descubrir el pasado del río. Las huellas de fósiles y moluscos en las paredes de tierra no sólo revelan esa historia reciente, sino otra anterior y más grande: una que habla de mares antiguos que partieron el continente por la mitad, de cauces encerrados bajo tierra --los acuíferos-- y de un lecho abandonado hace millones de años, que hoy es un humedal.
Darwin entendía que toda esa historia había sucedido en millones de años, al ritmo lento de la evolución natural. Eso no es lo que sucede hoy: la deforestación, la pesca indiscriminada y, sobre todo, las represas que aprovechan la fuerza de las aguas para generar electricidad modificaron ese ritmo ancestral de las aguas del río, cambiándolo todo. Ya no hay crecientes y bajantes periódicas y estables, el ciclo se rompió y el surubí, el sábalo, el pacú, la boga y las más de 170 especies del Paraná medio sufren las consecuencias.
Entre los ejes de este capítulo también figuran las historias de las composiciones, los ritmos y las danzas del Litoral. El compositor y músico Jorge Fandermole desglosa en duelos junto a otros músicos los ritmos y la historia de los chamamés y las chamarritas –con todas sus variantes posibles, desde la costa del Paraná, en Entre Ríos, hasta el río Uruguay, del otro lado del charco --, y los artistas con sus coplas populares, cadenciosas, que frecuentan la expedición cuando llega a las orillas del río con el ritmo de la guitarra y la verdulera. “Para nosotros, los entrerrrianos, la patria es el agua”, dice Liliana Herrero.
Al llegar a Corrientes, la expedición abre un pequeño paréntesis en el tiempo y en el espacio: surge la Ciudad de Invierno. Quienes la fundaron, hace mucho tiempo, la inventaron de la nada, y en la nada terminaron; querían que fuera una mezcla de Amalfi, Saint Moritz y París. Pero eso es el pasado, el de principios del 1900. En este nuevo capítulo de la expedición, el director de cine Mariano Llinás también lleva adelante ese descubrimiento, el tema de una investigación que realizó hace una década: los balnearios. “La perla del Paraná”, ahora contrapuesta a Mar del Plata, “La perla del Atlántico”.
Antes, a fines del siglo XVI, los españoles fundaron una ciudad a medio camino entre Buenos Aires y Asunción, en el lugar de las siete corrientes, donde los barcos se refugiaban de las impiedades del clima. Las huellas coloniales, en especial una profunda religiosidad, se perciben hoy en la capital provincial y en la vecina Itatí, donde la veneración a la Virgen es otra de las señales de identidad de un pueblo que vive una fusión persistente: la de las tradiciones jesuíticas y las guaraníes.
No sólo el idioma guaraní es de una presencia constante: el chamamé, los remedios de la naturaleza y el embrujo del payé atraviesan las clases sociales y los orígenes étnicos. A esas tradiciones se suma el rastro del candombe africano del barrio negro, el carnaval de los esclavos. En definitiva, eso es Corrientes: una provincia que, a partir de su pasado, creó una fe propia, con sus rezos únicos, sus santos, sus vírgenes y su Gauchito Gil; con su manera particular de entender la vida.
El barco de la expedición navega ahora las costas del Gran Chaco. Hace más de un siglo, este era el país del quebracho: en la provincia de Santa Fe y Chaco. La Forestal –una empresa inglesa dedicada a explotar el tanino-- arrasó con el monte, extrajo toda la madera y el tanino que pudo, levantó y demolió pueblos a su paso, vulneró los derechos de los trabajadores, usó su propia policía para sofocar protestas obreras y ejercer el control de su territorio, corrompió el poder político, y usó a los distintos pobladores originarios como mano de obra esclava: un millón de hectáreas quedaron incultivables y miles de personas se quedaron sin su trabajo.
El quebracho tarda 250 años en regenerarse: en sólo cincuenta años, en el siglo XX, se arrasó con todos esos bosques. Hay una relación profunda entre el bosque y el río, su biodiversidad, ahora arrasada por el monocultivo de la soja. Eso tuvo un efecto dominó sobre todos sus habitantes: la flora, la fauna, los cursos de aguas, sus habitantes, el clima y los cultivos. Después fue el tiempo del algodón y la caña de azúcar: sobre los pequeños productores y trabajadores, cayeron las consecuencias de los vaivenes del país. Hoy el Gran Chaco ya no es impenetrable: la soja se expande sobre la tierra desnuda llevándose lo poco que queda del suelo y dando casi nada de trabajo a cambio.
El río es el depósito final de la erosión, el testigo de lo que algunos decidieron hacer en nombre del progreso. Una luz de esperanza se ve en el horizonte: fue y es tan devastadora la explotación que ya hay leyes que buscan detenerla. ¿Será demasiado tarde? ¿Volverá esta tierra a ser un lugar en el que sus habitantes nativos –mocovíes, chiripanes, chorotes, guaraníes, abipones, tobas y wichís, entre sus diversas etnias-- vivan en equilibrio con la naturaleza para recuperar la dignidad de su cultura?
“La historia del Paraguay es también la historia del río”. La teoría --incomprobable-- es la siguiente: el agua, al ser más densa que el aire, posee una memoria mayor. Son los ríos Paraná y Paraguay, entonces, los que guardan la historia de la guerra que tuvo lugar en sus costas entre 1864 y 1870. Fue la Guerra Grande, la de la Triple Alianza, la del Paraguay o contra el Paraguay. Los nombres cambian de acuerdo a los puntos de vista, pero todos estos coinciden en algo: fue la peor, la más sangrienta de todas las que vivió la región. El resultado se mide en centenas de miles de muertos en ambos bandos, y en una nación joven, progresista y con una economía pujante, destrozada, quemada y obligada a resurgir desde cenizas.
Paraguay tuvo que reconstruirse con la mitad de su población --en su mayoría mujeres, niños y ancianos-- sobre tierra arrasada. Los ríos son esos caminos que andan, que llevan y traen también la memoria de las 170 islas inundadas, las 50 mil hectáreas bajo el agua, las 80 mil personas expulsadas por la construcción del embalse de la represa Yacyretá. Los desplazados perdieron su hábitat de subsistencia y ahora engordan los cinturones de pobreza de las ciudades de la región, buscando comida entre la basura, viviendo de lo que pueden. Algo que hoy perciben más claro incluso aquellos que antes se negaban a verlo: queda el interrogante acerca de si los costos económicos, sociales y ecológicos de la represa son mucho mayores que los beneficios que pueda traer.
La expedición entra en un territorio con otras reglas. Sus fronteras no son geográficas, no hay propiedad privada de la tierra, no hay ídolos que adorar, no hay reyes ni presidentes. Todo nace desde el agua. Es el territorio del guaraní, constituido por la lengua, la danza, la música y una comunión profunda con el río, la lluvia, el rocío y el monte: desde el Matto Grosso hasta el Altántico, desde el delta del Paraná hasta Bolivia, diferentes etnias guiadas en la búsqueda de la tierra sin mal.
Quinientos años después de la llegada del español a este lugar sin oro ni plata, la lengua guaraní resiste en el Paraguay, en partes de Brasil y de Argentina. "Está viva porque se habla, sirve para comunicarse", explica el jesuita Bartomeu Meliá a los expedicionarios del barco. Fueron los jesuitas, hace siglos, quienes le dieron la escritura al idioma guaraní cuando, a diferencia del resto de los europeos, entendieron que había que "escuchar a los indígenas" para poder inculcarles la religión cristiana.
Fueron los jesuitas, mientras estuvieron en América, los que lograron establecer un sistema diferente, una mezcla de la cultura guaraní y la cristiana para sus misiones --distinto del resto de las colonias--, con la yerba mate como emblema. Hoy las comunidades guaraníes resisten el embate de los cultivos transgénicos con la fuerza de sus rezos cantados y bailados, cultivando variedades de maíz en extinción; tan vivas como siempre, porque su palabra, que es lengua y sistema de creencias, se habla. Es decir: sirve para comunicarse.
"Nosotros los americanos somos más geográficos que históricos, es el paisaje lo que nos vuelve paisanos", dice el arquitecto Solano Benítez sobre la cubierta del barco, en el momento preciso en que la expedición entra en su tramo final, a punto de llegar a destino: Asunción. Fundada en 1537, la "madre de ciudades" es casi la única población de la colonia que no fue creada con el trazado de grilla obligatorio de las leyes de Indias: la irregularidad del terreno lo hizo impracticable. Recién en 1821 el dictador José Gaspar de Francia impuso la cuadrícula en un lugar que no la permitía, con las consecuencias de todo lo que se impone en contra de la naturaleza.
El arpa, como instrumento nacional, traído por los jesuitas para reemplazar al piano, se erige en Paraguay con una fuerza arrolladora: más de mil quinientas piezas musicales dedicadas al instrumento se tejen, en gran parte, con argumentos de la propia naturaleza y los grandes ríos que circundan su territorio. El testimonio de Luis Szarsan recorre también la formación de orquestas de niños y jóvenes, no sólo para la formación de buenos músicos: también de buenos ciudadanos. La música es un pretexto para crear proyectos de vida e incentivar el espíritu emprendedor de sus propios recursos, medios y proyectos.
Hoy la pobreza envuelve Asunción, como sucede con todas las grandes ciudades de América latina. Pese a superar apenas los 500 mil habitantes, sus problemas son similares a los de las grandes metrópolis. Rodeada de agua y tierra arcillosa, no es casual el papel central del barro para la cultura de la ciudad y del país. El barro es el origen mítico del hombre para los pueblos guaraníes, y con él se moldean las imágenes que representan su mundo. Con la arcilla se hacen los ladrillos que construyen la ciudad. Es en ese paisaje urbano anárquico de Asunción donde, incluso entre la basura, se vislumbra la posibilidad de un futuro mejor para los pueblos de la región. De esa esperanza se trata esta expedición, que ahora llega a su fin en Paraná. Biografía de un río.