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LA CANCIÓN DEL LUGAR

Sinopsis del ciclo

La música es, quizás, la expresión cultural que mejor da cuenta de la diversidad de orígenes del pueblo santafesino. Los paisajes urbanos y rurales, junto a las tradiciones y las influencias llegadas de otros lugares, formaron a músicos con una trayectoria singular en cada región de la provincia. Un equipo de realizadores registró a estos artistas en su espacio de pertenencia, y son ellos mismos los que ponen en palabras su proceso creativo. 

 

13 capítulos de 28 minutos / 2009 / Música / Sociedad / Cultura

  • Dirección: Arturo Marinho
  • Producción e investigación: Edgardo Pérez Castillo, Vanina Lanati
  • Conducción: Edgardo Pérez Castillo
  • Guion: Edgardo Pérez Castillo
  • Cámara y fotografía: Florencia Castagnani, Arturo Marinho, Pablo Romano
  • Sonido: Fernando Romero
  • Gráfica en movimiento: Lisandro Bauk
  • Realización: Digitalburo
  • Coordinación General: Cecilia Vallina
  • Producción General: Paula Valenzuela
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Este capítulo de La Canción del Lugar recorre la obra, la música y la vida de Monchito Merlo, anclado en el barrio Saladillo, en el sur de Rosario. “Mi mamá trabajaba en el Frigorífico Swift, y mi padre en un astillero sobre el Paraná”, recuerda el artista sobre su infancia, entre el río, la fábrica y el chamamé de El Cañonazo. Y reconoce sus inicios bajo la impronta de Tránsito Cocomarola, Ernesto Montiel y Antonio Tarragó Ros, inmersos en un paisaje y una geografía definida entre Corrientes, Chaco y Entre Ríos, que marcan los ritmos y los colores de su música.

La influencia familiar incluye al primer programa de música en vivo de Rosario, con su padre dándole forma a “El rancho de Ramón Merlo” en un recién iniciado Canal 5; como también la importancia de sus hijos y hermanos, como Raúl Merlo, histórico organizador de las bailantas chamameceras en Rosario y la región. Ese conjunto da vida también a las historias de los acordeones, las tradiciones y el mestizaje del sur de la provincia de Santa Fe, pobladas de inmigrantes de otras provincias.

Julián Macedo comenzó a tocar percusión a los 7 años. Más tarde pasó a formar parte de la Orquesta Sinfónica Provincial de Santa Fe. Su labor como percusionista y, particularmente, el conocimiento de la marimba le abrieron un nuevo espectro dentro de la música: “La locura de la marimba surgió cuando lo conocí a Mauricio, porque le había fascinado el tema de las placas. Y conocer a alguien a quien le gustaban los mismos instrumentos que a mí fue una cosa maravillosa”, dice Macedo sobre el instrumento que comparte con el también percusionista Mauricio Bernal.

Juntos le dan forma a proyectos que tienen a la marimba como núcleo sonoro, armando interpretaciones de obras como el “Canto al río Uruguay” de Ramón Ayala. “Nosotros empezamos a tocar con otras ideas musicales, y después descubrimos algunos instrumentos nuevos y acústicos, y el trío más propio de Paraguay con arpa, el requinto y un cantante, por eso adaptamos el trabajo del arpa o el acordeón a la marimba”, dice Bernal frente a un set de cotidiáfonos, reconociendo además la influencia, directa y tajante, de Hermeto Pascoal.  

El recuerdo de sus comienzos, a los seis años, en los carnavales del club Echesortu y en las orquestas en vivo de las radios LT3 y LT8, dan el puntapié inicial para las historias que teje el gran bandoneonista Rodolfo “Cholo” Montironi. El tercer programa de La Canción del Lugar desgrana la vida y obra del artista, sus tradiciones, las búsquedas y sus obsesiones y las peripecias de su bandoneón, que acuña más de 64 viajes por toda Europa. “Tengo alma de valijas”, dice sobre sus giras, de Londres a París, de Japón a Rusia, con el tango como su mejor bandera. 

La vida cotidiana de Montironi se abre paso en una localidad cercana a Rosario, Granadero Baigorria, donde describe los primeros tiempos del pueblo cuando contaba sólo con 900 habitantes, su paso por la orquesta de Horacio Salgán y Ubaldo De Lío, y los grandes maestros del género. “La escuela de bandoneonistas de Rosario es famosa en todo el mundo. El mismo Atilio Stampone siempre decía: ‘El bandoneón antes de venir a Buenos Aires pasó por Rosario’. Y tenía razón, porque en esa época había muy buenos músicos”, asegura el Cholo.

En la provincia de Santa Fe el candombe se cuela por las hendijas de la historia y la cultura de África. Grupos como Tambores del Litoral recorren este programa con sus músicas ancestrales de los orishás, mientras que Mario López (integrante de la Casa Indoafroamericana) repasa las historias y la identidad de los pueblos afrodescendientes en la Argentina. También aporta su visión Lucía Molina, que bucea en sus raíces y en los ancestros, en la discriminación y los ritmos de aquellos primeros tambores que se tocaron en el Río de la Plata.

Esas miradas permiten homenajear también a Demetrio Acosta, más conocido como El Negro Arigós, que nació en el Barrio del Tambor, en Paraná, y residió durante muchos años en Santa Fe, donde fue director de la comparsa Negros Santafesinos, que debutó en 1901 y que durante cincuenta años acompañó los carnavales en la provincia.

Se escuchan, además, las voces de Savino Pozzo y Pablo Suárez, coordinadores del taller de candombe de Santa Fe, quienes indagan en las raíces del género. “Los tambores sirven para comunicarse con los ancestros”, aseguran.

“El primer instrumento que hice fue un bombo con una lata de aceite y un cuero de chivo de un vecino, lo estaqueamos con un amigo en un árbol y armamos un especie de tambor, porque no era un bombo legüero, era un tambor. Después, ya más formalmente, hice una kalimba que todavía uso en mis conciertos. Me gusta mucho hacer los instrumentos, probarlos, llevar adelante toda la investigación previa. Después, si tengo que hacerlos seriados, ya me aburro”, explica Juancho Perone, uno de los grandes percusionistas de la ciudad de Rosario.

Maestro como pocos, este artista que tocó con Jorge Fandermole, Myriam Cubelos, Raúl Carnota, Carlos Velloso Colombres, Carlos Cazzasa, Iván Tarabelli y Marcelo Stenta conversa sobre sus búsquedas estéticas y sus principales referentes dentro de la percusión. “Una de las cosas más importantes, creo, que tiene que hacer un percusionista, es la búsqueda tímbrica: encontrar sus propios sonidos porque creo que esa es la voz que tiene que tener ese artista. Esa es su personalidad, su propia voz como músico”, asegura.

Entre mates y acordeones José Echeverría abre este nuevo capítulo del ciclo. El joven músico narra los inicios de su quinteto, el Grupo Nuevo Amanecer, mientras desgrana canciones como “El cosechero” de Ramón Ayala o “Puerto Tirol” de Heraclio Pérez y Marcos H. Ramírez, donde sacan a relucir la convivencia de bandoneón y acordeón al ritmo de esas grandes composiciones.

El programa recorre también el Festival de Margarita, transformado en uno de los principales atractivos del norte de la provincia de Santa Fe, con más de sesenta grupos de chamamé por día sobre el escenario. Los orígenes de este encuentro, iniciado en 2001 por Miguel Ángel Ponte, se remontan a la poesía, la música y la lírica del Litoral. “El chamamé tiene un misterio. Aquí viene gente de todas partes”, reflexiona el organizador.

El compositor Dante Grela describe los inicios de su carrera y de su vida. El hijo del gran Juan Grela, uno de los mejores pintores del Siglo XX en la Argentina, evoca los primeros acercamientos hacia la composición de la mano de referentes de su padre. “Siempre estuve en contacto con las artes plásticas, por la labor de mi padre, y también por el trabajo de mi madre”, rememora este docente universitario que acuñó obras en la galería Carrillo, durante la década del sesenta, en medio del avance del pop art.

Esos primeros acercamientos, además de los estudios de armonía y contrapunto de la primera mitad del siglo XX, se abren a una nueva etapa donde aparecen las influencias de la segunda parte del siglo: “En esta época se me abre la cabeza, el conocimiento y la composición”, describe.

Grela dialoga también sobre sus principales obsesiones, a las que les dedica tiempo y esfuerzo: la difusión, la investigación y el estudio de la creación musical en América Latina, fundamentalmente durante todo el Siglo XX, con composiciones como “Colores” o “Música para un espacio”.

“El piano era el instrumento que empecé a tocar. De oído, o sacaba melodías que me interesaban. Mi papá fue quien me enseñó los primeros pasos”, dice el pianista Víctor Parma en el primer capítulo de La Canción del Lugar, ciclo que recorre la historia y el arte de los músicos de todas las regiones de la provincia. El programa, conducido por Edgardo Pérez Castillo, bucea en los primeros pasos de este pianista de Casilda, la llegada a la universidad, la historia con los padres y los abuelos que también eran músicos y los primeros acordes de los maestros Alexander Panizza o Aldo Antognazzi. 

Joel Tortul, por su parte, teclea en un piano blanco y negro, y rememora los asados frente a sus vecinos del pueblo, cerca de fin de año, como también su admiración por Astor Piazzolla y Horacio Salgán: “Ya en primer grado me di cuenta. Mi primo tenía un órgano y habrá estudiado cuatro o cinco meses, y quedó en mi casa. El primer tema que aprendí fue ‘La Cumparsita’ y ‘Cuando calienta el sol’, los valses criollos, temas de Los Beatles y algunos tanguitos. Después me llamaban de todos los casamientos del pueblo para tocar la marcha nupcial”. 

La casa natal que su padre construyó para los obreros de La Forestal es el escenario privilegiado del recorrido de Carlos Pino en este nuevo programa de La Canción del Lugar. El recuerdo de Armando Tejada Gómez, con “Entraña del árbol” sonando bajo la sombra de un par de quebrachos que no sucumbieron a la explotación del tanino en el norte de Santa Fe, despierta la memoria en este nuevo capítulo. “La música es cultura”, afirma Pino, miembro del influyente grupo Los Trovadores, y que frecuentó a artistas como Armando Tejada Gómez o Hamlet Lima Quintana.

Más tarde, en el patio de la escuela chaqueña donde cursó hasta sexto grado, poco antes de migrar a Rosario, Pino rememora: “Por esa época yo participaba con mi maestra, Hilda Morales, en un trabajo de coreografías y danzas. Esa fue la primera vez que yo escuché folklore, porque en la cosecha de algodón o en el tanino sólo se oía el chamamé. En los bailes venían los músicos y mirábamos las guitarras, tocábamos las cuerdas, sólo prestábamos atención para ver cómo tocaban”.

Las tradiciones se renuevan con la danza, las canciones y el baile, y este programa intenta reflejar esos movimientos. En este capítulo la chacarera aparece con la cantante y el guitarrista Rocío y Ulises Basualdo, hermanos que desgranan en sus músicas la tradición de lo mejor del folklore. “Entre la música fuimos creciendo, por eso nos dedicamos y estudiamos, lo demás se fue dando solo, siempre con el apoyo de nuestros padres”, dice la joven cantante, en medio del tumulto de las peñas como El Limonero o la que se celebra en el Club Italiano de Rosario.

Lo mismo ocurre con las historias alrededor del Grupo Causani, que cuentan sus noches en la Peña Folklórica del Club Ben Hur de Rosario. El percusionista Juan Carabajal, con su Taller de Bombo, rememora las mesas largas de sus padres, sus primos, sus tíos y hasta sus vecinos, en el patio de la casa de su abuela, en Santiago del Estero, con todos los Carabajal a pleno. “Es una tradición que sigue vigente, muy linda, en la que después del almuerzo se arman las guitarreadas”, describe otro de los exponentes de la Nueva Chacarera.

“Yo no vengo de una familia de músicos, pero siempre se escuchaba algo por allí. Mi mamá cantaba cuando hacía las cosas de la casa pero, por ejemplo, no había instrumentos a mano. Sólo tenía un tío que hacía recitales en la jineteada. De allí viene todo este mundo, y por eso me vine a Esperanza”, dice Carlos Zelko, entre mates y guitarras, sobre sus comienzos fuera de las peñas y el público de amigos más conspicuo.

El despegue de su carrera, rememora, fue como compositor y arreglador en el trabajo sobre El Grito de Alcorta, espectáculo que abrió otra perspectiva profesional para sus músicas. También comenta cómo sus grandes canciones bucean en la posibilidad de componer música para los poemas de José Pedroni.

Martín Sosa, por su parte, rememora sus comienzos dentro del folklore y los cambios que imprimió en el repertorio de la música tradicional en las escuelas públicas de la provincia de Santa Fe, en su doble tarea como docente y arreglador y como músico independiente: “Me pareció muy oportuno apuntar el cancionero popular desde otra mirada, con el recorrido de otros autores del Litoral”.

Las historias de estos dos artistas de Santa Fe se cruzan en este capítulo de La Canción del Lugar con la conformación de un dúo de guitarras donde Sosa y Zelko despuntan sus mejores armas.

Este capítulo de La Canción del Lugar retrata la búsqueda y los acordes de Gato a la Naranja, quinteto que Liliana Badariotti (bajo) y Martín Coggiola (guitarra) integran junto a sus hijos: Lisandro en violín, Agustín en acordeón y Lucía en bandoneón. “La música es política, se hace desde un lugar, y uno participa de lo que elige, de colaborar, de acompañar, desde la coherencia de nuestro pensamiento. Yo considero que milito en el arte. Es una herramienta que ojalá pueda transformar algunas cuestiones”, resume el padre de esta familia. 

“Este grupo surgió en 1995 y pasaron muchos músicos por su formación. Yo pienso que la música es el arte de combinar los horarios, porque cada uno tiene los suyos, sus obligaciones y es muy complicado coordinar todo cuando uno programa una gira o los ensayos”, rememora Martín Coggiola sobre los primeros pasos de la formación, entre tangos y chacareras.

“Este grupo es nuestra unión y nuestro modo de vida. Nosotros lo elegimos, y de alguna manera a los chicos se lo impusimos: quizás están un sábado a las cuatro de la mañana cargando equipos después de un concierto, pero también en una gira de un mes por Cuba, donde se divierten muchísimo”, resume por su parte Liliana Badariotti.

El amor por el río y por su gente marcan a la obra de Chacho Muller, uno de los grandes innovadores de la música del Litoral. En este nuevo capítulo de La Canción del Lugar, el periodista Edgardo Pérez Castillo indaga en su trabajo y la impronta de toda su obra. “No sé si es mejor la poesía o la música de Chacho”, se pregunta la pianista Hilda Herrera, junto a los testimonios de otros grandes amigos de Chacho, como la cantante Liliana Herrero o los compositores Jorge Fandermole y Carlos Aguirre.

“Soy el menor de tres hermanos, y mis hermanas mayores estudiaban piano y a mí me querían sacar de oído, y la profesora –que era una pobre señora angelical– me decía ‘Chacho, ya estás inventando’. Y entonces me hacían estudiar, pero me tenían que bajar de arriba del techo. Y no, realmente nunca aprendí música”, describe Muller en una entrevista. Composiciones como “Las dos Juanas”, “Pescadores de mi río” y “Ay, si no” registran las pinturas de una región, desde las armonías pero también desde la poética y lo literario: la canción del Litoral. Una magia que aún perdura.

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