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28 de Agosto del 2017
“Nunca se vuelve al lugar del que uno partió”
La profesora Paula Drenkard propone pensar la identidad como un proceso en construcción que se transforma a partir de las vivencias personales y del intercambio que tenemos con los otros.
Paula Drenkard es licenciada en comunicación social, actriz, psicóloga, egresada de la Universidad Nacional de Rosario. También es madre y profesora del método feldenkrais. Sin dudas, debe ser más que eso. En su intimidad, en las charlas con amigos, seguro contará que es muchas otras cosas. En la calle, como transeúnte, será una persona casi anónima. De eso se trata la conversación que tuvimos con ella, de la identidad: de cómo se construye la persona que somos según los espacios físicos y simbólicos por los que transitamos de manera circunstancial. El intercambio con los otros seres humanos nos define y al mismo tiempo nos constituye a nosotros mismos como otros.
Desde hace nueve años Paula coordina la cátedra “Culturas, cuerpos e identidades” que dicta en la facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). La motivación para abrir ese espacio cruza su formación profesional con disciplinas como la danza contemporánea, el contact y el teatro, prácticas artísticas que también forman parte de su vida.
Vivió en Nicaragua por tres años, luego de ganar un concurso de la Unión Europea para trabajar con proyectos educativos de alfabetización y capacitación laboral para adultos. Allí entró en contacto con comunidades indígenas, actores, poetas y músicos y trabajó desde el arte el concepto de las identidades que estań al margen de lo hegemónico y las posibilidades que esa condición otorga para una multiplicidad de cruces e intercambios.
Hace muy poco tiempo volvió a Rosario, luego de pasar varios años en Cabo Verde (África), desarrollando propuestas educativas para niños a partir del teatro. Como suele suceder en esos viajes, un trabajo abrió paso a otro y en el camino fue construyendo otras experiencias artísticas desde la danza y el teatro, donde abordaba temas universales en tensión con las particularidades de los habitantes de esos lugares y de su propia historia.
Paula habla pausado y piensa con detenimiento las respuestas. Se refiere a las hibridaciones culturales que ocurren en el territorio y alude a la idea del viaje como metáfora para pensar las identidades. Identidades dinámicas, que se transforman según las circunstancias y están siempre en permanente construcción.
- En los procesos de interculturalidad, de encuentro entre culturas ¿cómo se puede repensar la idea de la identidad?
- La identidad se va construyendo, es un proceso de transformación y de intercambio, de una gran movilidad. Muchos de los replanteos del concepto de identidad tienen que ver con cuestionar la idea de una continuidad del sujeto en el tiempo y el espacio, es decir polemizar con la idea de que la identidad tendría que ver justamente con el ser “idéntico” a uno mismo o a un grupo cultural por siempre y en relación a una esencia inmodificable. En este cuestionamiento aparece entonces la identidad cultural como un proceso de constitución subjetiva que implica una constante transformación. Los fenómenos de la migración, de diáspora, de exilio, de viajes, han motivado estos replanteamientos en tanto el viaje se convierte en una metáfora de la construcción de la identidad cultural pues ambos (la identidad y el viaje) se afirman como procesos en constante movimiento a través de los cuales los sujetos se van transformando en el propio transcurso, se van construyendo y deconstruyendo. La figura del “extranjero”, por otra parte, siempre es convocante para pensar la relación con eso “otro” extraño que a la vez que me diferencia como sujeto, me constituye. A mí me gusta la idea de (Stuart) Hall y de toda una línea de autores de los Estudios Culturales, que dicen que se van realizando torsiones en estos procesos, incluso en el lenguaje, porque el lenguaje es un ejemplo vivo de estas interculturalidades, de estos cruces y de esa transformación de la identidad. No es algo fijo. La lengua es un sistema de reglas con determinada organización, pero el lenguaje en la vida va cambiando y mutando todo el tiempo y va adoptando otras cuestiones, no sólo en términos epocales sino también en términos de los territorios por donde transcurren y de los propios procesos de mestizaje e intercambio que se dan entre los diversos grupos culturales y generacionales. Si pensamos en el hablar argentino, por ejemplo, ¿de dónde ha venido esa entonación, esa forma de decir, esas palabras propias, esas intenciones, que nos diferencian de cualquier otro país latinoamericano, aun compartiendo la lengua castellana? Eso es producto de muchos intercambios con los diversos otros y con lo “extranjero”, así como con los diversos momentos que crean torsiones diferentes en el lenguaje.
- Te referías al viaje como metáfora de la identidad ¿cómo se puede pensar?
- Hay una poesía que hace un tiempo yo había tomado para mis clases y que después se volvió muy conocida que es de Kavafis y se llama Itaca. Habla de cómo es llegar a una ciudad, como si fuera llegar a una meta, y él ahí va contando el recorrido que hace, todo lo que le va pasando en el viaje, en la vida, con qué y quiénes se encuentra, y cómo eso lo va transformando. Y llega a un lugar, como si fuera casi un punto de partida, pero llega absolutamente transformado, entonces se da cuenta que Itaca era eso: el viaje mismo, no importa el final, la meta, a dónde se llega, sino cómo el viaje lo fue modificando, en lo que se deviene a través de ese andar. También hay un autor que es (Iain) Chambers, que habla de la imposible vuelta a casa. Él dice que nunca se vuelve al lugar del que uno partió, volvemos o buscamos los orígenes, hay una existencia y sí, hay un movimiento de continuidad, de relación con algunas cuestiones que nos referencian, pero es imposible realmente encontrar ese origen porque ya no está, vamos reescribiendo siempre la historia aunque haya una historia que nos contiene: tanto nosotros como el lugar de origen cambian en la reescritura.
- ¿Cómo cambia la identidad según las circunstancias que atraviese el sujeto?
- Ahí aparece otro punto interesante que es la identidad entendida como posición, es decir que, fuera de ser una esencia fija, la identidad pueden pensarse como lugares -posiciones- que vamos ocupando en una suerte de mapa y hoy, por ejemplo, yo estoy sentada acá conversando como entrevistada pero después salgo a la calle y ocupo el lugar de transeúnte y después doy una clase magistral y todo el mundo está expectante, y después soy la madre de mi hijo y así. Pero por otra parte también soy otra de lo que he sido hace quince años atrás y seré otra dentro de cinco. Si leo una carta que escribí a los veintisiete, probablemente haya una extrañeza que tiene que ver con reconocerme otra de la que soy hoy y reconocer esa diferencia, esa transformación, ese paso o cambio de posición. Entonces la identidad también se puede pensar como posiciones en las que nos vamos construyendo y definiendo en relación a otros, pero al mismo tiempo eso puede cambiar y de hecho cambia en el tiempo. Hay una dilación en el sentido del ser que somos, hay una incompletud y un suspenso del sentido en el tiempo, que se va clausurando en determinado momento y en esas posiciones, pero siempre hay algo abierto a la movilidad y al cambio: hoy ahora aquí, soy esto que soy. Y el sujeto por definición está hecho de esas diversas capas que se producen en esos intercambios, muchas veces inconscientes, y se muestra como una serie de máscaras que funcionan de acuerdo al lugar que van ocupando cada vez. En este momento de la contemporaneidad estas son posiciones muy lábiles porque nosotros mismos somos varios otros en la velocidad y ritmos actuales.
- En estos tiempos en donde hay una explosión de identidades y grupos sociales ¿Cómo se puede caracterizar a nuestro territorio en términos de interculturalidad?
- Se sostienen diferentes imaginarios, hay como un prototipo del rosarino o de lo rosarino y después pasa esto que vos estás diciendo en este momento. Sería lindo ver qué cuadros pintamos hoy de Rosario en esa gran diversidad y complejidad que ahora se va viendo producto de este mestizaje. En una línea más latinoamericana como la de (Néstor) García Canclini, se puede pensar en esa cultura como una hibridación con diferentes procesos de negociación que son siempre conflictivos, siempre hay una tensión ahí y generalmente también hay un ejercicio de poder en ese intercambio. Entonces hay lugares que se vuelven hegemónicos y se visibilizan más, siempre hay un imaginario que prepondera y otros subalternos, que van ocupando otros lugares y ejerciendo sus propias relaciones de poder.
- ¿Cómo se puede pensar el tema del poder en los contextos de interculturalidad?
- Hay modos de lo cultural que de alguna manera se transmiten pero también se producen y se imponen, porque la lucha por la identidad tiene que ver con el intercambio pero también supone defender y sostener algunas creencias y verdades como tales, incluso a veces, hasta volverlas casi absolutas. Entonces, en esa tensión, en esa lucha, estoy destituyendo otras identidades posibles. Ese es el problema: si yo me encuentro en la comunidad toba y, aunque vaya con la mejor onda, voy con mis prejuicios o con un supuesto saber sobre el modo en que viven o piensan o sobre las cosas en que creen o que son machistas o “primitivos” o lo que fuera, estoy yendo ahí con una idea de que lo que sostengo como identidad es mejor y más válida que la de ellos. Voy a querer entonces transformar eso de alguna manera, aunque crea ir con las mejores intenciones. Y lo mismo puede pasar a la inversa porque también hay una mirada prejuiciosa de este tercero en discusión que se pone en juego. Ese “otro” supone de algún modo al rosarino o al occidental, de acuerdo a un imaginario, a una experiencia sobre ello, pero fundamentalmente en base a ciertos presupuestos históricos. Cuando sucede eso, ambos van a seguir aferrados a sus propias creencias sin poder darle una movilidad a lo que realmente acontezca, entonces ahí se produce un ejercicio de poder. Y ese ejercicio de poder no lo pienso sólo desde un punto de vista macro como desde el Estado o los grandes medios de comunicación o los poderes económicos sobre las diversas comunidades (es decir lo que podemos pensar como el poder hegemónico), sino también desde esa idea foucaultiana de la microfísica del poder que se pone en juego en las pequeñas prácticas. De este modo, las relaciones de poder están esparcidas reticularmente y esa trama nos permite visualizar los puntos donde se produce un lenguaje nuevo, donde se resiste o donde se quiere imponer, dominar o ser subsumido por algún discurso “amo” que se vuelve absoluto. Para que haya amo tiene que haber esclavos, no sólo en términos de dominación sino de sujeción a discursos que orientan o dirigen nuestras prácticas y creencias, a través de una idea de ser casi absoluto, es decir sin fisuras.
- ¿Qué rol juega la tolerancia y el respeto al otro en los procesos de Interculturalidad?
- Por todo lo que he estudiado y trabajado en esa materia, lo más difícil para nosotros los seres humanos es construir al otro como tal, lo cual significa también ponernos a nosotros mismos en cuestión: como otros, extraños, diferentes y desconocidos para inclusive nosotros mismos. Este es un ejercicio que es muy difícil de llevar a cabo, digo por el aspecto de la tolerancia. Reconocer una diferencia y aceptar que esa diferencia me constituye, es muy difícil. Implicaría reconocer que fallamos, que no somos completos, que nuestra verdad no es la única ni la mejor, que hay fisuras tanto en el discurso del otro como en el propio. Lo que tratamos en general es de buscar lo idéntico.Yo soy igual a vos, “ay qué bueno vamos a hacer así toda la vida”, en lo absoluto e incuestionable hay un imaginario que se hace necesario. Precisamos de esa especie de envoltura ilusoria, de permanencia, de continuidad, de completud, de igualdad entre comillas, entre los que convivimos en un mismo espacio/territorio. Pero lo que disloca, lo que fisura, lo que cuestiona, lo que perturba, me pone en jaque. Entonces es muy difícil de asimilar, por un lado, de comprender por otro, de tolerar, de respetar, y aún más de construir con esa diferencia, con ese hueco o fisura en la tela humana. La diferencia a veces parece negar alguna cosa o poner en duda alguna verdad en la que me estoy sosteniendo.Y somos culturas que toleramos poco las diferencias y que toleramos poco las fallas y al mismo tiempo justificamos cualquier aspecto de los grupos, personas o saberes con los que nos identificamos. Es muy complejo y por ello estas construcciones son difíciles de desenredar. Sería como cuestionar a un canalla o a un leproso en su ser y su creencia como fanático de un equipo de fútbol, en el que cada uno sostiene ser el mejor, mediante la destitución del otro como rival, por dar un ejemplo fácil y popular. Hay dogmas que son fáciles de tomar como ejemplo y de destituir o desmitificar que sería deconstruir, pero que se siguen sosteniéndose como rasgos de una cultura: las rosarinas son las mujeres más lindas, los argentinos descendemos de los barcos, Argentina es un país culturalmente más desarrollado que la mayoría de Latinoamérica, etc. Esto necesariamente excluye otras realidades que conviven, hay algo y algunos que quedan fuera en esta clausura de sentido. Un grupo cultural que viene, se instala y crea un ambiente totalmente diferente en el que yo he crecido, por ejemplo, y me muestra algo distinto a cómo me alimento, cómo me limpio, cómo hablo, en lo que creo, en el modo en cómo me vinculo, en lo que para mí es valioso, cómo trabajo, cómo pienso a la vida y me sitúo en ella, es posible que ahí se genere una resistencia y luego una negación de esa forma de vida diferente, de ese orden cultural, social, político y económico distinto. Los primeros pensamientos son críticas, juicios, en la línea de “lo que ellos hacen no es mejor o no está bien”.
- El prejuicio...
- Claro porque también se construye una moral en torno a eso. Cuando hablamos de valores y creencias, también tiene que ver con una moral sobre los otros y en el peor de los casos, llevado al extremo, lo que quiero es que esos otros desaparezcan. Esto tiene que ver también con los distintos movimientos nacionalistas, son como las proyecciones extremas de esta idea de identidad como esencia absoluta. Es como si tuviéramos una esencia que nos constituye en tanto autenticidad. ¿Qué es realmente lo auténtico? Son preguntas que no nos hacemos porque pueden ser muy perturbadoras. Por eso digo que la construcción del otro y reconocer al otro y reconocernos a nosotros como posibles otros, es un proceso complejo. Lo vemos hoy en día con lo que está pasando con los movimientos migratorios en Europa, pero también acá cuando nosotros situamos en nuestro lenguaje y prácticas a determinados grupos culturales emergentes o extranjeros, a veces estigmatizando, segregando, menospreciando. Y lo vemos coyunturalmente en las disputas actuales sobre las elecciones político-ideológicas...es decir, lo que viene pasando en la historia del mundo.
- El otro se construye como amenaza
- Exactamente, muchas veces se vive así.
- ¿Es suficiente el hecho de vivir en un mismo territorio para que se produzca la interculturalidad. Vemos que hay un cambio en el paisaje urbano pero eso alcanza para que los cruces entre los grupos se produzcan de manera genuina?
- Está bueno lo que planteas porque aparecería como una especie de interculturalidad por lo menos acá en Rosario, que es un fenómeno no tan añejo, como más superficial, como más capilar. No sé si en los términos de un intercambio, de un reconocimiento porque la interculturalidad también tiene que ver con eso.
- ¿Con reconocer al otro?
- Claro, con reconocer al otro. Puede ser que haya una suerte de convivencia enun territorio en común pero que no haya necesariamente procesos de interculturalidad que impliquen una profunda transformación a partir de los cuales, en esos intercambios, tomo insignias del otro, determinados rasgos y reconozco en el otro aspectos de mí mismo: para ello tiene que haber una estimación de esos otros. Yo creo que, de todas maneras queramos o no, algo de eso ocurre, incluso por el sólo hecho de mirar otro paisaje, de que algo cambió en eso que estoy mirando, esos cambios en el ambiente necesariamente producen cambios culturales en todos los que son parte de ese sitio/espacio. Pero bueno, también es cierto que hay otros mecanismos como el de la negación, que es tan inconsciente, que por más que ese otro esté ahí no lo veo. Son estas cuestiones de la invisibilidad, de los procesos de invisibilización de determinadas realidades o grupos culturales o sujetos dentro de un mismo territorio y dentro de un conjunto social. Y también qué podemos ver y qué no desde los diferentes discursos hegemónicos.
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