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22 de Noviembre del 2017

De rodaje: En busca de un proyecto para  recuperar la identidad campesina

De rodaje: En busca de un proyecto para recuperar la identidad campesina

Viajamos a Desvío Arijón para contar la historia de “Desvío a la raíz”, una experiencia de agricultura que recupera las memorias de la tierra y la conexión con los saberes ancestrales.

El cielo está gris y en breve se pondrá negro. La jornada de rodaje se tramita en exteriores. Aire libre y mal tiempo no es buena combinación. El equipo de todos modos se alista y se traslada en trafic hacia Desvío Arijón, una localidad santafesina pegada a la ciudad de Coronda. Al llegar, descargamos las cámaras, los trípodes, las pantallas reflectoras, los micrófonos, báules, muchos cables, botellas de agua, galletitas, frutas. Entre los árboles hay cientos de cotorras que nos reciben cantando. El sonidista entorna los ojos y mueve la cabeza con pesimismo, sabe que ese parloteo va a interferir en las tomas, será la banda sonora que acompañe todas las escenas. Pasado unos minutos respira y se resigna, poco a poco equipo y naturaleza van entrando en sintonía.

Una arboleda verde y tupida nos ofrece la mejor escenografía del monte que pudimos conseguir.  En un claro asoma un cabaña hecha de barro y madera que parece como salida de un cuento. En la puerta hay un hombre joven, es morocho y robusto y en sus rasgos hay antepasados mapuches. Tiene la mirada seria y los cabellos largos y lacios. La mujer que lo acompaña nos recibe con una sonrisa amplia. Lleva parte de su pelo pintado de rosa y está adornada con un piercing en su boca y tatuajes en los brazos. Jeremías Chauque y Aluminé Martínez nos dan la bienvenida. Junto a ellos están sus hijos Neyén de 12 años y Liwén de 9 que nos conversan animadamente. El aroma de los eucaliptos convive con el sonido de un llamador de ángeles. La combinación nos zambulle en un ritmo apacible pero de repente el sonido de un trueno recobra nuestro apuro por empezar la jornada.

Alistamos los preparativos para grabar la historia de esta familia que definió vivir en el monte para recuperar la identidad campesina. Dicen que al sembrar y cosechar los alimentos hay saberes ancestrales que se ponen en juego, la conexión con la tierra. “Avanzamos, retrocediendo” dice Jeremías porque cree que para construir lo nuevo es necesario volver al origen para recuperar la historia, la identidad, la cultura. Frente a un campo que privilegia la producción extractivista, ellos eligen plantar otras ideas y construyen el “Desvío a la raíz”, un proyecto de huerta orgánica y comercio justo que guía el rumbo y el sentido de sus vidas.

De a poco vamos ganando la confianza de los protagonistas. Caminamos con ellos por la huerta, nos explican la importancia que tiene la luna en los cultivos y luego se detienen en un rincón del campo. Es un espacio poco vistoso que podría pasar como un yuyal abandonado. Y en cambio, ahí está el germen de todo su proyecto, el “laboratorio” como lo llaman ellos. Es un lugar privilegiado, una gran cantidad de metros cuadrados en donde están las mejores plantas, las que no se cosechan. ¿Por qué se resignan? No se resignan, nos explican. Se dejan florecer para asegurar la reproducción de las semillas y por ende, la continuidad de los cultivos orgánicos.

El equipo de foto ultima los detalles del armado para la primera escena. Miden la luz, cambian el lente de la cámara, preparan el encuadre. “¿Ya estamos?” preguntamos desde la producción. “Un minuto más”, contestan. Siempre es la misma charla, esos ajustes pueden durar la vida entera. Viendo las inclemencias del tiempo, esta vez, se intenta resolver la situación en un plazo prudente. No hay ni un rastro de celeste en el cielo, sólo nubes espesas que se tiñen de gris. Cuando todo está más o menos listo, cada uno se acomoda en su puesto y se prepara para rodar. El director pide silencio, chequea que cámara y sonido corran y finalmente, se tira la primera toma. Las cotorras, de más está decirlo, continúan cantando.

Pasaron tres horas desde que empezamos a grabar y empiezan a caer las primeras gotas. Es esa lluvia finita que no alcanza para levantar la jornada pero que estorba para seguir el rodaje. Decidimos refugiarnos bajo el techo de la casa mientras esperamos que alguna invocación mapuche revierta la adversidad climática.

El olor de la tierra mojada perfuma todo el pueblo. En Desvío Arijón no hay demasiadas calles asfaltadas. Esta pequeña localidad del Departamento San Jerónimo se desarrolla a la vera de la ruta nacional 11 y se extiende hasta la orilla del río Coronda. Viven aquí  2.700 personas y se dedican a actividades variadas, hay plantaciones de frutillas, soja, empleo público, cabañas turísticas para pasar los fines de semana y desde hace un tiempo también quintas que cultivan verduras y frutas orgánicas, “libres de agrotóxicos”, como dice Jeremías.

Con desgano el cielo empieza a calmarse. Durante los cuatro días de rodaje nunca se despejará por completo pero al menos tampoco volverá a llover. Tenemos suerte por eso y también por la familia con la que trabajamos. Cuando los protagonistas de las historias tienen ganas de participar, entonces el rodaje está resuelto en un ochenta por ciento y eso siempre es un alivio y un incentivo para el equipo.  

Con Jeremías y Aluminé grabamos en la huerta, en el patio de su casa, en la cabaña, cantando en familia, en la calle. Los acompañamos en el recorrido que hacen por todas las quintas de la zona para recolectar las verduras y luego viajamos con ellos a Santa Fe, al espacio al que llevan todas las cosechas para vender en la feria de Desvío a la Raíz. Mientras todo eso sucede, conversamos, nos enseñan sobre plantas y nos regalan semillas, les contamos de nuestras vidas, almorzamos todos juntos en un largo caballete. Los invitamos también a comer asado y Jeremías, que además de todo es músico, trae su guitarra y se pone a cantar. “Cuando se vayan los vamos a extrañar”, nos dicen y sonríen. Nos miramos de manera cómplice, sabemos que algo de eso nos sucederá a todos al terminar este rodaje.

 

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